Siendo las 3 y pico de la mañana de este 5 de enero del 2021 al querer nuevamente conciliar el sueño para continuar mi descanso simplemente no pude.
La razón - creo yo - fue la cantidad de recuerdos que desde hace algunos minutos se han estado agolpando en mi mente y evitan que regrese al mundo de los sueños o bien al mundo de mi inconsciente,
Mayormente estos recuerdos están orientados a esa parte de mi vida que tiene que ver con la espiritualidad y la relación que tengo con Dios, esa etapa donde sin duda estreché mi vínculo con el maestro, amigo, redentor, consejero y todos los demás calificativos para el Dios-hijo: Jesús a través de la persona y de la santidad de San Francisco de Asís.
Por respeto a los enfermos y a las personas caídas por esta pandemia he omitido externar mis logros y felicidad personales que irónicamente el año que acaba de terminar me ha traído y de hecho este texto no tiene ese fin, lo que he escrito el año pasado solo tiene que ver con mi ámbito profesional, tecnología y ciencia, como apoyo personal y a mi labor docente.
Mi forma de ver la vida es extremadamente orientada al optimismo y cada día que amanece quiero y deseo con fuerzas que veamos la luz al final del túnel y que volvamos al mundo que conocíamos antes del COVID-19.
Este optimismo merma al ver cómo se incrementan las muertes y algunas de estas, de gente con mucho o cierto de grado de cercanía.
Volviendo al insomnio me parece que se debe principalmente a la reciente muerte de mi hermano José Alberto Rodríguez Gámez, revisando su Facebook pude constatar el amor que tuvo por su familia - su esposa y su pequeña hija - y me conmoví profundamente al coincidir que en ese momento se acercara mi hija adolescente Valeria y yo le dijera y externara abrazándola, la bendición de estos años que hemos pasado juntos en compañía de Mariana mi esposa, su mamá, así como de Miguel mi hijo, su hermano y como tristemente la pequeña de José Alberto se ha quedado ahora solo con el recuerdo hermoso y luminoso de su papá.
